Una extraña aunque certera forma es la que posee Helmut de convertirse en “la sublevación del olvido” y de hacernos testigos de su vida, de convertirnos a nosotros mismos en ese Ulises destinatario de sus cartas. A éste le contará, desde su cuarto de pensión, la cruda belleza de la vida en los campos, la profunda amistad crecida en esas tierras con Ángel Varela; luego, la vejez en la ciudad, su dudoso progreso y, con particular resistencia, la incipiente relación, hacia el final de sus días, con aquella joven que conociera “por extraña virtud del destino”, una noche de lluvia, en una esquina cualquiera.
No siempre la realidad es literaria pero Helmut logra convertir cada una de sus cartas en una pieza importante de un rompecabezas emocional en el que, lenta y caóticamente, el paisaje que emerge es un espejo en el que nos reconoceremos por entero, con crudeza, sin importar edades, sexos, encierros o patrias.