En los años setenta todavía se escuchaban los ecos de la revolución y Erica Jong escribía sus primeras páginas, radicalmente comprometidas con la liberación de la mujer. Su más firme e inesperado defensor, quien calificó su obra como una renovación total de la expresión femenina, era el símbolo del mal para cualquier escritora, el último representante de la generación que convirtió París en la capital de la subversión, un escritor cuyos libros aún buscan a escondidas los adolescentes: Henry Miller. En El diablo anda suelto el autor y el tema se conjugan a la perfección: la narradora que renovó la expresión del erotismo femenino se enfrenta al legado de un autor que ya es leyenda para celebrar la iconoclastia, las contradicciones, el humor y, sobre todo, la libertad que definió la existencia y la obra de un hombre que pensaba que la mayor virtud era estar de parte de la vida.