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Sinopsis
Lo escribí con el ánimo de contribuir a explicar con sencillez la esencia y el funcionamiento de algo socialmente tan importante como el mercado. Quise también desmitificar la política entonces imperante en Occidente de dejar esa institución en la más absoluta libertad, fuera del control de la autoridad gubernamental. Quise advertir sobre los peligros de la desregulación absoluta de los mercados preconizada entonces por destacados economistas. Quise apuntar las posibles consecuencias del aprovechamiento de las nuevas tecnologías para la globalizar las operaciones financieras. Es decir, lo escribí con el propósito de señalar cómo la dirección de la economía se estaba desplazando del poder político al financiero y cómo «en ese espacio operativo unificado, al renunciar los gobiernos al control sobre transferencias financieras, quienes deciden son las grandes instituciones privadas, bancarias o fondos de pensiones o de inversión, además de especuladores con nombres y apellidos, dueños de sumas multimillonarias que utilizan contra cualquier bolsa o moneda donde encuentren beneficios».
Entonces a algunos les sonaron raras las afirmaciones de este viejo profesor —hubo quien, en su reseña, no dudó en echarme en cara la edad—, sin embargo, al releer estas líneas escritas tan sólo ocho años atrás, nombres como Madoff, Lehman Brothers, etc. acuden a la mente de cualquiera. Los entonces defensores de la desregulación financiera hoy señalan sin rubor sus errores afirmando que nadie podía prever la crisis. En cambio, los que no sólo la previmos sino que advertimos de ella con nuestros escritos y protestas, fuimos considerados agoreros y catastrofistas ignorantes en el mejor de los casos, cuando no radicales antisistema, dicho en el sentido más peyorativo de ambos términos. Pero no me enorgullezco: lamentablemente la crisis la sufren y pagan quienes no la causaron, por lo que no puedo alegrarme de haber acertado. Tampoco soy optimista a corto plazo, pues confiar la salida de la crisis a quienes la provocaron con su codicia no induce a ello. Menos aún cuando vemos que en algunos casos han tardado poco en volver a las andadas. Aunque, tal vez, precisamente por ello sea aún más necesario que hace siete años estar informado y tomar conciencia de lo que sucede. ¡Ojalá esta modesta contribución resulte útil a alguien! Del nuevo prólogo de José Luis Sampedro a la edición de 2010.
Entonces a algunos les sonaron raras las afirmaciones de este viejo profesor —hubo quien, en su reseña, no dudó en echarme en cara la edad—, sin embargo, al releer estas líneas escritas tan sólo ocho años atrás, nombres como Madoff, Lehman Brothers, etc. acuden a la mente de cualquiera. Los entonces defensores de la desregulación financiera hoy señalan sin rubor sus errores afirmando que nadie podía prever la crisis. En cambio, los que no sólo la previmos sino que advertimos de ella con nuestros escritos y protestas, fuimos considerados agoreros y catastrofistas ignorantes en el mejor de los casos, cuando no radicales antisistema, dicho en el sentido más peyorativo de ambos términos. Pero no me enorgullezco: lamentablemente la crisis la sufren y pagan quienes no la causaron, por lo que no puedo alegrarme de haber acertado. Tampoco soy optimista a corto plazo, pues confiar la salida de la crisis a quienes la provocaron con su codicia no induce a ello. Menos aún cuando vemos que en algunos casos han tardado poco en volver a las andadas. Aunque, tal vez, precisamente por ello sea aún más necesario que hace siete años estar informado y tomar conciencia de lo que sucede. ¡Ojalá esta modesta contribución resulte útil a alguien! Del nuevo prólogo de José Luis Sampedro a la edición de 2010.
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