Hay palabras que activan los recuerdos. Las historias de Sagrario Núñez son como la luz de los días de la infancia. Yo conozco su secreto, lleva media vida rebuscando en los bolsillos de una memoria amable y se ha contagiado. Antonio Machado dejó una nota para las generaciones venideras en un bolsillo de su abrigo raído. No era un poema inacabado, fue el primer experimento de creación sucesiva, ella entendió el reto y ha continuado el proceso creativo a partir del verso vivo y último del poeta: "Estos días azules y este sol de la infancia...". Toda la obra de Sagrario está impregnada de la luz de su infancia, y la luz, como es sabido, es perdurable, nos cobija, nos acuna, nos traspasa y al final nos envuelve; y es que en definitiva, no somos más que las moléculas de un «rayo que no cesa». Sagrario está en todas las mujeres y las niñas de sus historias. Mujeres esforzadas, trabajadoras, enamoradas, que callan más de lo que cuentan. Se transfigura en beata o se viste con las sedas de la casa de citas. Es una mujer-memoria, capaz de enfundarse recuerdos ajenos, que como es natural son los más propios, los más nuestros. Memoria que borda mientras anota en el libro azul de recetas los ingredientes de sus nutritivas historias. Hilvana palabras a prueba del inclemente olvido. Sagrario es esa Penélope que desteje y zurce con mimo los enganchones y descosidos del recuerdo.