Con la idea de sanación espiritual se sobreentiende que el hecho de curar -tanto en el sentido activo de "obrar una curación" como en el pasivo de "recuperar la salud"- supera de lejos el campo de acción y de comprensión de la práctica terapéutica. Igual que el físico no tiene la última palabra sobre la materia o que el biólogo no tiene la última palabra sobre la vida, lo mismo le sucede al terapeuta sobre la curación o la salud. En este tema, tanto la primera como la última palabra le pertenece a la vida misma. Sanar es una experiencia que sigue los caminos de la vida que conducen al conocimiento de sí, de manera que la vida misma, a través del sendero cerrado y estrecho de la prueba, se despierta a la conciencia de lo que ella es y de "quién" es.
Más que la supresión de una patología, en la que el ser vivo sería solamente una mera víctima, es la apertura de su ser a un dinamismo inédito, al igual que la toma de conciencia de su responsabilidad fundamental de cara al resorte de la vida, los que forman el doble componente de la sanación espiritual. Se trata de un proceso cada vez más consciente de liberación, transformación y reconciliación de ese ser, proceso en el que se muestra claramente que las enfermedades más profundas no son las que afectan al buen funcionamiento de sus órganos, sino las que alteran la trama viva de sus relaciones.