Sangrientas fueron para las gentes de la península las postrimerías del siglo XV. Y tuvo que ser un matrimonio, el formado por Isabel de Trastámara y Fernando de Aragón, quien diera comienzo a una época de esplendor que puso fin al poder nobiliario y dio leyes y futuro a tanta tierra arrasada por las algaradas y a tanto vasallo sin esperanza.
Bien es cierto que el de los Reyes Católicos fue un reinado cargado de “luces y sombras”. Porque si sombras fueron su ciego apoyo a la Inquisición, la aniquilación de la cultura nazarí o el atraso socio-económico y cultural que nos supuso la expulsión de los judíos, luces que refulgieron fueron la unificación de España, su apoyo al descubrimiento de América o la ley de libertad del vasallaje.
Y para un perseguido grupo de pastores, no habría mayor luz que aquella que, desde un principio, avalaría su libertad y fomentaría sin reparos la fundación de una aldea que no tardaron en llamar San Sebastián de los Reyes.
Esta es la historia de la creación de un pequeño pueblo que, en desigual lucha contra su antiguo señor, supo renacer una y otra vez de sus cenizas amparado por la fuerza que le imprimían la ley y la razón.