En el año 218 a.C. Aníbal Barca cruza los Alpes con su terrible ejército amenazando la existencia de una sorprendida Roma. Durante los dos años siguientes, el general cartaginés, derrotará a los romanos una y otra vez llevándose por delante a más de cien mil ciudadanos entre los que se encontraban lo más granado de la sociedad romana. En estas circunstancias, cualquier estado hubiera solicitado la rendición, una amnistía o, por lo menos, iniciado conversaciones de paz. El senado romano ni tan siquiera recibió a los embajadores que Aníbal envió. Años después, en el 201 a.C, Cartago acepta todas las condiciones que Roma le impone. Tan sólo una derrota de Aníbal fue suficiente para provocar la rendición de Cartago. En esta contienda, denominada Segunda Guerra Púnica, se enfrentaron algo más que dos estados. Fueron dos formas de entender la sociedad y la guerra las que chocaron. Una, Cartago, enfrentó la guerra siendo totalmente dependiente tanto de la genialidad de Aníbal como de la amplia experiencia de sus soldados. La otra, Roma, tejió durante cientos de años una sociedad basada en la importancia de la comunidad frente al individuo. En estas condiciones, ahora sabemos que Aníbal no tenía ninguna posibilidad de éxito. Antonio San Martín analiza cómo Roma consiguió vencer a Cartago, más en la forma que en el fondo, intentando encontrar puntos de aprendizaje para el mundo actual, especialmente el empresarial. La sociedad romana construyó, hasta el siglo III a.C., un estado casi indestructible basándose en la comunidad como piedra angular. La apertura de la ciudad al extranjero, las famosas virtudes romanas y las innovadoras políticas de pactos forman parte de esa estructura que hicieron de Roma la mayor empresa de la historia.