Mucho se ha dicho de Maria Callas, uno de los mitos del siglo XX, pero casi nadie ha tenido acceso a su correspondencia privada, unas cartas donde Maria expresaba su yo más íntimo. Alfonso Signorini, un hombre devoto desde la infancia de la voz de la gran artista, tenía entre manos estos documentos cuando se puso a escribir Tan fiera, tan frágil, la biografía novelada de la diva, que nació en Nueva York en 1923, en una familia de inmigrantes griegos, y que desde siempre llevó consigo el estigma de tener un cuerpo poco agraciado. Toda la vida de Maria Callas desfila por estas páginas, pero no a través de sus éxitos, sino buceando en las dudas y miedos de una mujer que empezó cantando en los peores bares de Nueva York, que fue explotada por la codicia de su madre, que cuando llegó a Italia para iniciar una verdadera carrera tuvo que hospedarse en una pensión de ínfima categoría y que luchó con uñas y dientes por dejar atrás a la niña fea y gorda que fue. Su arma era la voz, y esa cualidad hizo de ella un mito; pero estuvo dispuesta a renunciar a ella cuando de enamoró de Onassis, el hombre que le descubrió la verdadera pasión y le dio un hijo, un niño que murió al poco de nacer. Rechazada por el armador griego, que la despachó con pocas palabras cuando vio la posibilidad de convertirse en el marido de Jackie Kennedy y escalar el Olimpo del poder con letras mayúsculas, sola y con la voz rota, Maria intentó acabar con su vida, pero no lo logró. Aún tuvo tiempo para asistir a Onassis en su lecho de muerte y caer luego fulminada por un infarto el mes de septiembre de 1977. Nadie estaba con ella ese día en su apartamento de París: la gran Callas se fue con algunos secretos bien guardados que llenan las mejores páginas de esta biografía.