Inglaterra, 1849.
El inicio de la Revolución Industrial sacude a la adormecida nobleza británica. Nadie permanece impasible: algunos nobles consideran indigno invertir en algo que no sean sus tierras; otros, como el conde de Rohard, más cercanos a la visión de la época, deciden apostar por aquello que estiman un futuro tangible.
El inicio de la Revolución Industrial comienza a delinear, también, un nuevo rol para la mujer. Tal vez por eso a Sara Brown no le importa quedarse en una pequeña aldea a cuidar de su madre, sin la necesidad de buscar un buen partido, a pesar de ser la pariente empobrecida de un noble importante. Sin embargo, Lydia Brown no está convencida de que eso sea lo indicado para su hija. Por lo que convence a Sara de que vaya a la residencia de los Rohard a cuidar de su prima inválida.
La llegada de la joven Brown logra cambiar la rutina de la casa: desde sus ideas innovadoras para ayudar a su prima, hasta las largas sobremesas en las que discute con el conde sobre política y economía, debates que, al mismo tiempo, la enfrentan y la acercan a él.
Ambos comprenden que hay caminos más difíciles de transitar que otros, y ambos descubrirán que son esos caminos, precisamente, los que valen la pena.