No se recuerda ningún momento, ningún lugar, ningún perdido rincón de la historia en que las leyendas y las supersticiones no se hayan dado como un brebaje para fortificar el miedo y tonificar la sumisión, pero lo cierto es que debajo de la fantasía o el escepticismo se esconde un lado oscuro, un inframundo en el que todo hombre tiene un algo de humano y un mucho de bestia negra. Un lugar en el que toda alma encierra a un animal brutal que nace más allá de los límites de la moral. Es una característica de todo el que habita, de todo el que es, y que no distingue entre mortales y dioses. E incluso, aquellos que viven entre ambas esferas, los que sin ser humanos tampoco son dioses, consiguen escapar de esa marca de fuego que anuncia destrucción. Y ella no es una excepción. Denisse es una mujer partida por la mitad. Medio humana, medio nephosis. Hija de un pudiente burgués veneciano y una mujer con alma de lamia y sangre de succubus, lo que hace de Denisse una paria, una mestiza condenada a no tener un lugar en el que habitar. Su mestizaje le hace conocer lo que es la ternura y el amor, pero también lo que es el horror, lo que significa tener las manos manchadas de sangre y lo que pesa nadar contracorriente.