Una fragancia que se mueve levemente en el espacio de la memoria, y un destino de horizonte sinuoso y ligerísimo dan lugar a esta historia. Una historia que habla de algunas cuantas burbujas de vainilla que estallan ante un sol desfalleciente y luminoso y de una flor enternecida y agitada de un momento a otro por una brisa fuerte y estrepitosa. Una historia que habla de cotidianidades, pero también de profundidades y transcendencias. Que habla de la recomposición psicológica de la propia vida. Que habla, más exactamente, de una chica a la que una banda de delincuentes llegó a drogar un infortunado día para arrebatarle con ello la memoria, y de un chico que ha esperado durante muchos años la aparición de ella, y que, una vez la conoce, él le ayudará a recuperar sus recuerdos perdidos a través del viaje más lúcido y supremo que puede ofrecer la misma vida y la magia de la sensualidad. Un viaje acompañado, desde luego, por los dulces pentagramas de la intuición y la tercera confesión de una golondrina voladora. Claro, bien se dice que el destino es algo que siempre será infinito mientras lo estemos mirando o mientras estemos viajando junto a quien lo representa dentro de nuestra propia alma y dentro de nuestra propia esencia interior.