Frankie parece un adolescente como cualquier otro: tiene un gran amigo, Gigs, con quien comparte aventuras, confidencias y el gusto por el cricket; le fascinan las aves y no se le da nada mal dibujarlas, y vive acompañado de su familia. Pero Frankie es un ser permanentemente preocupado, siente que el peligro acecha en todos los rincones y que debe estar alerta, sobre todo cree que debe cuidar de Francie, su madre, quien lleva ya varios años recluida en casa, dedicada tan solo a hornear los pasteles que constituyen su pequeño negocio. A este estado de alerta habría que agregar la llegada de una nueva chica a la escuela, Sydney, una atractiva y extravagante adolescente que cambiará la vida de Frankie para siempre.