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Sinopsis
La teología ha abocado tradicionalmente a sistemas políticos autoritarios, los que suponen que el poder viene de Dios. Estos sistemas han sido viables mientras los pueblos se han confesado creyentes, y planteándoles que ese Dios sea único, lo que los Estados dictatoriales-confesionales tratan de conseguir mediante la violencia y la imposición. En los Estados democráticos, la teología deja de ser la inspiradora del poder, bien que, negando a Dios de manera absoluta, se puede caer en un laicismo radical, el que fácilmente se puede convertir en otra forma de religión.
La alternativa que propone el autor es “Una saludable laicidad”, una laicidad que no rechaza a Dios como valor en sí, sino sólo como instrumento de poder político, lo que lleva a que la religión se recluya en el ámbito de lo privado. Este planteamiento exige afrontar nuestra realidad de hoy de una manera muy honda, no limitándonos a la racionalidad de las raíces grecolatinas que han conformado nuestra cultura, sino apuntando también a las raíces judeocristianas, las que igualmente la han conformado, aunque haya sido de una manera más afectiva que racional.
Lo primero que hace falta es desmontar todas las falsedades con las que, a lo largo de tantos siglos, desde los albores del cristianismo, nos han venido organizando la cabeza. Por eso, es necesario comenzar planteándonos qué es la religión, y esto en unos términos que estén al alcance de la gran mayoría. El problema no es si Dios existe o no, sino qué entendemos por Dios. El autor lo plantea en estos términos: el Dios de poder y de culpa, que es el del Antiguo Testamento, y el Dios de querer y de responsabilidad del evangelio. Esto supone romper con algo con lo que se nos había falseado la realidad de la vieja cultura judeocristiana: que se trata de una cultura inmóvil en la que ya todo está escrito.
Esta tesis lleva a Julián Sanz Pascual a plantearse que Jesús de Nazaret, contra lo que siempre nos habían contado, no fundó religión alguna, que es jerárquica y autoritaria, y dada al misterio, sino que lo que fundó fue una Iglesia o asamblea del pueblo sin misterio alguno, de corte democrático, en la que nadie se distinga por su poder, sino por su afán de servicio a los demás. El hecho fue que ha propiciado que una legión de seguidores lo haya aprovechado para explayarse en su nombre, siendo el más espabilado de todos, por no decir el primero, Pablo de Tarso, que ni siquiera le había conocido.
Una saludable laicidad tiene el compromiso de retomar aquella vieja historia para recuperar valores con los que tanta gente ha venido jugando a su interés durante siglos. Y el autor lo consigue desde la filosofía más honesta y universal, la de buscar la verdad por encima de todo.
La alternativa que propone el autor es “Una saludable laicidad”, una laicidad que no rechaza a Dios como valor en sí, sino sólo como instrumento de poder político, lo que lleva a que la religión se recluya en el ámbito de lo privado. Este planteamiento exige afrontar nuestra realidad de hoy de una manera muy honda, no limitándonos a la racionalidad de las raíces grecolatinas que han conformado nuestra cultura, sino apuntando también a las raíces judeocristianas, las que igualmente la han conformado, aunque haya sido de una manera más afectiva que racional.
Lo primero que hace falta es desmontar todas las falsedades con las que, a lo largo de tantos siglos, desde los albores del cristianismo, nos han venido organizando la cabeza. Por eso, es necesario comenzar planteándonos qué es la religión, y esto en unos términos que estén al alcance de la gran mayoría. El problema no es si Dios existe o no, sino qué entendemos por Dios. El autor lo plantea en estos términos: el Dios de poder y de culpa, que es el del Antiguo Testamento, y el Dios de querer y de responsabilidad del evangelio. Esto supone romper con algo con lo que se nos había falseado la realidad de la vieja cultura judeocristiana: que se trata de una cultura inmóvil en la que ya todo está escrito.
Esta tesis lleva a Julián Sanz Pascual a plantearse que Jesús de Nazaret, contra lo que siempre nos habían contado, no fundó religión alguna, que es jerárquica y autoritaria, y dada al misterio, sino que lo que fundó fue una Iglesia o asamblea del pueblo sin misterio alguno, de corte democrático, en la que nadie se distinga por su poder, sino por su afán de servicio a los demás. El hecho fue que ha propiciado que una legión de seguidores lo haya aprovechado para explayarse en su nombre, siendo el más espabilado de todos, por no decir el primero, Pablo de Tarso, que ni siquiera le había conocido.
Una saludable laicidad tiene el compromiso de retomar aquella vieja historia para recuperar valores con los que tanta gente ha venido jugando a su interés durante siglos. Y el autor lo consigue desde la filosofía más honesta y universal, la de buscar la verdad por encima de todo.
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